martes, 6 de abril de 2010

Ese instante de silencio donde todo está presente

recibimos estas palabras escritas por Facundo, quien fue parte de los "tambores..." en las convocatorias del ECuNHi y de la marcha del 24 de marzo...



Ese instante de silencio donde todo está presente

La Esma es la Esma y punto. Digan lo que digan, aunque le pongan otro nombre, siempre va a ser la Esma y el escalofrío siempre va a tener un lugar ahí.

Cruzar esa reja es fuerte. Los contrastes se amplifican. Es un lugar precioso, pasto, árboles, construcciones espaciosas; y fue un lugar terrible. Es imposible que la emoción no oscile. Como alucinando la cabeza recrea el mismo lugar treinta y pico de años antes; ver llegar autos y camiones; los uniformes, el aire espeso, y los cuerpos en algún lado; de repente de nuevo es sábado y hay sol y hay tambores y ahí está el Ecunhi; estamos nosotros y en los bancos está pintada la cara del Che. Pero está la garita de la guardia y uno se imagina de nuevo el gris, el fal que asoma, los borceguíes, las puertas que se abren, las caras, los diálogos, las cosas que suceden mientras el “buen día”; y de nuevo el sol y nosotros, anécdotas de la historia (ni siquiera pies de página!). Nosotros, que somos algo de ese deseo que se esparcía por todo, otra vida, otro país, otros vínculos entre los hombres y las mujeres, el sueño de Latinoamérica. Ese deseo iba a encarnar, sí o sí, iba a ser y fuimos también los que nacimos a pesar de la derrota y todo. A los que nos tocó nacer en medio de esa noche, acá estamos. Y ahora, en este tiempo, en el mismo lugar, con sol y tambores.

Cuando se hizo tiempo y el stencil terminó de estampar “los tambores no callan” en las remeras blancas, se llamó a rueda. Rueda grande que hubo que agrandar varias veces para que no haya espaldas. Las caras, el reconocimiento, el saludo y el sentido de la juntada de boca de un muchacho de boina. Buena onda, calidez, sonrisa permanente y nerviosa, ojos que intentaban abarcar el círculo. Fraternizar, encontrarnos en el toque, no taparnos, escuchar al de al lado, piano básico, aguantar los firuletes, ir de a poco se dijo. A tocar. Va de a poco, arrancando con pulso y clave a tiempo de milonga. Llaman los pianos. Tranqui. Siguen llamando, y se largan algunos chicos. Repique y ya estábamos todos. Milongón. Tanteo. Chico liso con manos y palos que bajan cada uno a su manera. Se asienta el toque y ya se sonríe. Los convocantes se miran y los repiques convocan a lo que sigue. Se enciende el candombe en plena Esma.

Candombe que gira y rueda hasta que ya. Cierra parejo y ahora si, como decía el de boina “los tambores son los que están cada vez”, esta vez somos nosotros. Algunos encienden fuego y la madera se va acostando a su alrededor. Se prepara.

Llegan las mujeres bailarinas. Muchas. De blanco. Se arma nueva rueda y de nuevo conversar. Ella toma la posta ahora, nos convoca a llenar de sentido lo que hacemos. Por si hiciera falta abre grande los ojos dice “acá”. Nos cuenta que trabajaron sobre cuatro diosas del panteón orishá, cada una con una energía particular, e inspiradas el ellas armaron las coreos.

Nos cuentan de donde vamos a salir y hasta donde. Se deciden los cortes: primero “madera”, segundo “chicos”, tercero “silencio”, un momento para poder sentir lo que estamos haciendo. Para arrancar algunos compas intentan ordenar la cuerda con lo que hay, debemos ser más de cuarenta, cincuenta, miles!, se arman filas de a 4, se intercalan chicos con pianos y repiques. Pasadas las cinco nos formamos tomando cada uno el lugar de su tambor. Mucha gente a los costados, las bailarinas adelante. Para empezar ellas saludan, formadas como están abren los brazos en forma circular y juntan las manos, primero al pecho, después bajo el ombligo. Se arrodillan y a una vez golpean el piso con las palmas, acá, en este lugar, vamos a desatar lo que vinimos a traer. Cuando caen las manos queda claro el momento. Tiempo y espacio de lo que va a suceder se alinean. Con ese golpe el cuerpo y el suelo se han hablado. La que se levanta ya está parada en otro lado. A los tambores nos faltó ese acuerdo, lo buscamos cuando empiezan el pulso y la clave: acá y ahora. El pulso se va, se nos quiere escapar galompando, hay que tironearle la rienda para darle sosiego, relincha y se somete, se unifica con claves al unísono y empiezan a llamar los pianos, pulso clave y pianos llamando, escuchar, aguantar, escuchar, aguantar, se largan algunos chicos. Suenan repiques y arriba.

Estalla. Cada mano cae y cada parche gime. Se siente una fuerza. Suena parejo. Empezamos a caminar. Adelante mujeres bailan, se las ve lejos, desdicha del tocador, placer de la platea. Los pasos son cortos y la mano baja fuerte. Son cosas que no dependen de uno. Se desata así por decisión colectiva. Es muy loco ver como se me empieza a romper la mano sin poder hacer nada más que resignarme. No depende de mí. Antes del primer corte ya veo sangre en el parche. Parar no es opción y sangrar en este lugar es una especie de metáfora profana, da vergüenza y bronca, y la vergüenza y la bronca alimentan el toque, lo tiñen como la sangre al parche. Llega el primer corte, varios compases antes los compañeros lo señalan. Suenan los repiques dando la orden. Ahora. No hay tu tía. Bajamos todos a madera. Parejo. Perfecto. La alegría da lugar al descubrimiento terrible del tiempo al que veníamos. El pulso y la clave lo muestran nítido. Un ritmo a los pedos que es sentencia de muerte. A los que dirigen se les ve la preocupación en la cara y levantan el brazo. A bajarlo.

Cuando cede suenan de nuevo los repiques y arriba. Se junta el candombe y la gente explota con nosotros. Busco las caras de los compañeros adentro. Tengo la ilusión de que la mano no me duele, sé que es mentira. Se acerca el segundo corte. De repente, entre la multitud de tocadores, un par de manos se levantan marcando corte, el segundo, la V con los dedos, como la que hacían tantos y tantos de los que mataron acá. Un par de compases y quedamos puros chicos. Todos marcan clave, nosotros bajamos la mano. Cuando levanta el resto yo sigo arriba, pero ahora es como si me empujaran de abajo un poco más.

Para cuando se acerca el tercer corte la mujer que dirige las bailarinas se acerca al grupo de tocadores. Viene un corte de silencio. “Silencio”, la idea misma parece descabellada en medio del vértigo, pero así y todo viene. Los compañeros lo marcan, viene, gira el brazo, se larga… suena el repique y cuando estalla… silencio. Las bailarinas han dejado de bailar, nosotros dejamos de tocar, pero nada en este lugar está quieto. Como cuando se revuelve líquido con fuerza y se lo suelta: todo sigue girando. Todo acá sigue girando. El silencio suena ensordecedor, la carne tiembla, todo gira. Es un instante de silencio donde todo está presente. Algo empapa. La respiración es líquida. La mirada se abre hacia adentro y el cuerpo adquiere forma y límites. Late. Un instante. Silencio. Cuando podemos salir del embrujo y empieza lento el nuevo pulso todos sonreímos. Algo maravilloso acaba de suceder. Un alumbramiento en este lugar terrible. Un soplo de vida que intenta instalarse en lo que tiene de abierto el final de una historia pesada. Suena el pulso cada vez más firme a media que los tocadores volvemos a entrar, suena la clave, suena la clave. Empiezan a llamar los pianos. Nos llaman. La historia nos llama. Suenan los repiques. Y arriba.




fotos de la convocatoria del 24-3 enviada por Micaela


1 comentario:

Anónimo dijo...

no puedo agregar nada...
solo contar que me emocionó el texto...
muchas gracias facundo
diego